#Amanecer

Nunca imaginé que eso del amor fuera más que un cuento de viejas y niñas tontas, una leyenda, un mito. Siempre lo vi como una debilidad, una excusa para hombres vagos que prefieren encamarse una y otra vez con la misma hembra para no tener que salir a cazar nuevas presas. Por supuesto, ni qué decir tiene que eso de la melancolía, los versos o los delirios, no eran para mí más que lujuria mal gestionada. Así he vivido 241 años, feliz, disfrutando del regalo que el destino quiso a bien hacerme una noche de borrachera: la inmortalidad. Y, sí, digo he vivido, porque se terminó mi racha de buena suerte, porque a mis años ha tenido que venir a partirme en dos, como un mal rayo, ese amor de sainete azucarado que tantos años evadí sin dificultad. Pero ahora sé que ese amor no era posible porque ella no existía.
Me vi en sus ojos y el mundo dejó de girar por un instante, apenas un segundo, un parpadeo, un latido… No hizo falta más. Desde ese momento fui suyo y el amor me hizo su más entregado prisionero. La observé en la distancia, entre las sombras, la conocí, la deseé, la fui queriendo más y más, llegando a amarla, a necesitarla más que el rojo licor que embriaga e impulsa mis sentidos. Tenía miedo, miedo a perderla, al rechazo. ¿Quién soy yo si no un abominable monstruo? ¿Qué puedo ofrecerle más que las sombras de la nocturnidad? Ni tan siquiera podríamos compartir un #amanecer. ¿Qué podía hacer? No hizo falta pensar más: la realidad se abrió paso a dentelladas. La vi salir de su mano y fundirse en un beso. No había lujuria nocturna, ni premura etílica, tan solo complicidad y ternura y, porqué no decirlo, amor…

He vagado sin rumbo toda la noche, con un extraño nudo apretando mi pecho, sin sed, sin fuerzas, sin alma. Nada tiene sentido ya. Sé que el poder está de mi parte, podría tomar lo que amo por la fuerza, pero nunca me miraría a mí como la vi mirarlo y sé que me volvería loco de celos. 
Ha llegado el momento. Estoy frente a su puerta. Aquí esperaré a que el #amanecer me encuentre. Veré el sol de nuevo después de tanto tiempo, por última vez. Y seré polvo, más polvo enamorado. 


Cristina Ruiz Gallardo, 25.05.2016


¿Dónde?

No sabía cómo había llegado hasta allí. Aquella serpenteante alfombra de  madera se presentaba ante ella, ofreciéndole el camino hacia… ¿dónde? Todo estaba confuso en su mente. Las imágenes se agolpaban desdibujadas. Dio un paso. Sintió el frescor terso de la madera bajo sus pies. “¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí?” se preguntó. Dio un nuevo paso. De pronto divisó una figura que empezaba a materializarse al final del camino. La inquietud se empezó a apoderar de su cuerpo a medida que los rasgos se iban dibujando. Dio un nuevo paso al frente.

-¿Tú? –preguntó mientras sentía como los ojos querían llenarse de lágrimas- Estás aquí ¿cómo…?

Pero no hubo lágrimas porque no había ojos, porque solo habían dos almas que se reencontraban después de infinitos segundo de separación.


Caminó hacia él, que la esperaba con la mano tendida al final de aquel camino dulce y fresco. Y recordó entonces, lo recordó todo: la luz y la caricia definitiva de la muerte. Llegó a su altura, tomó su mano y se preparó para empezar a vivir de nuevo, sin importarle dónde.

Cristina Ruiz Gallardo, 2016