Mentirosos profesionales


-Siento no poder serles de más ayuda -dijo la mujer intentando librarse de los policías- pero no hemos visto nada.
-Puede que usted no pero el niño nos ha dicho que les había visto subir y bajar la colina cada día hasta que un día ya no pasaron más.
La mujer tragó saliva, intentando que su rostro no delatase el jarro de agua fría que acababa de recibir con aquella revelación. “Maldito mocoso” pensó “al final vamos a perderlo todo por su culpa”.
-Ya saben cómo son los niños, tienen mucha imaginación, y este especialmente, que dice que quiere ser escritor. ¡Imagínense, escritor! Vamos, mentiroso profesional.
-Ya… Bueno, pues entonces creo que es todo de momento. Si necesitamos algo más se lo haremos saber. Por si acaso, no se vayan muy lejos, especialmente “el mentiroso profesional en ciernes”.
Los dos policías salieron de la estancia precedidos de aquella mujer sombría que los acompañó hasta la salida. A los pocos minutos, estaba de vuelta en la biblioteca.
-A ver, idiota, sal de dónde estés. ¿Te das cuenta del lío en el que nos has metido? ¿Por qué has tenido que hablar con esos hombres?
Tímidamente, el niño salió de detrás de una de las pesadas cortinas de terciopelo granate que flanqueaban el ventanal de la estancia.
-Es la verdad… Yo lo ví…
-Y yo también y he visto a muchos otros antes que a ellos, pero no por eso tengo que contárselo a nadie ¿comprendes? Tu padre se va a poner furioso y no voy a ser yo quien te defienda.  
-Todo es por su culpa. Me da igual como se ponga. Es un monstruo.
-No hables así de tu padre, le debes la vida…
-¡Qué vida? ¿Esto es vida? ¿A esto le llamas vida? Una vida tenía yo por delante cuando él apareció, entonces sí que era feliz, pero un maldito día decidió aparecer y elegirme y se acabó todo. No me importa lo que piense, ni lo que le pase, ni lo que me pase a mí, me da igual, pero esos pobres hombres no tenían culpa de nada y la policía tiene que saberlo.
La mujer respiró profundamente, mientras cerraba los ojos y negaba con la cabeza.
-Estás equivocado y lo descubrirás antes o después. Aún eres joven, muy joven, no llevas suficiente tiempo en el mundo como para apreciar el regalo de la inmortalidad. En este momento siento que no lo mereces.  
-No lo pedí, nunca lo quise, él me lo impuso...
El chirrido de la pesada puerta de la bodega interrumpió la conversación. Los dos se quedaron en silencio, expectantes, esperando que entrase en la biblioteca en cualquier momento. La mujer se acercó a la ventana y corrió las cortinas para minimizar la luz del atardecer que aún se colaba por los cristales.
-Así que reniegas del regalo que te hice, hijo mío.
En niño, atemorizado, se encogió sobre sí mismo, tragó saliva y retrocedió un paso.
-No es más que un niño, apenas tiene 50 años, le queda tanto por aprender…
-Lo sé, pero eso no debe ser motivo de exponer nuestro modo de vida. Porque sí, aunque no te guste, también es tu modo de vida -le dijo subrayando cada palabra-. Esos policías llevan ya demasiados días husmeando, hay que silenciarlos. Tengo trabajo y tú, pequeño traidor, vas a venir conmigo.

El niño bajó la cabeza y empezó a caminar hacia la puerta con resignación. Sabía que no podía hacer nada excepto obedecer, como llevaba haciéndolo medio siglo ya. La mujer tenía razón, él siempre sabía como imponerle el peor de los castigos, lo que más le hacía sufrir: salir a matar para poder seguir con vida.


Cristina Ruiz Gallardo, 9 de julio de 2016

1 comentario:

  1. Me preguntaba, mientras leía las recriminaciones de la madre al pequeño, cuántos años tendría para hablar de aquella forma, pero luego lo aclaras. Me gustó. Es entretenido y enigmático. Quizás me gustaría saber cuántos cristianos han pasado por los dientes de nuestros amiguitos.

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