La playa

“Espero que puedas perdonarme por no haber sabido ser la compañera de vida que mereces, por no haber estado a la altura de tu amor. Te pido perdón por el daño que te voy a causar, pero necesito marcharme a esa playa con la que llevo soñando tanto tiempo. No tienes culpa de nada, mi amor. Te quiero.”
Firmó la carta y la besó como algo sagrado. Se sentó en la cama. Las pastillas habían empezado a hacer efecto. Un sueño dulce y definitivo se abría paso con rapidez. Ingirió el veneno y se dispuso a cruzar la orilla sin un ápice de miedo.


Cristina Ruiz Gallardo, 14 de noviembre 2016

Mi cielo


Sigo observando mi trocito de cielo desde todos los ángulos imaginables. Sereno, templado y luminoso, me recibe y me consuela cuando las cosas no van como deberían. Respiro profundamente y cierro los ojos por un instante. Me estiro en la cama y me quedo muy callada, mientras el aire entra y sale a un ritmo lento, apenas perceptible. De pronto, se remueve y se despierta. Pestañea varias veces y, con los ojos entornados, me mira y me sonríe. Alarga la mano y me acaricia la mejilla.
-Buenos días mi cielo –murmura.

-Buenos días.



Cristina Ruiz Gallardo, 08.11.2016, Barcelona

¿Lunar o no lunar? Esa es la cuestión

El masajista no tardó en reconocer aquel lunar bajo la nuca.
“¡Dios mío!” pensó Mateo, hipocondriaco honoris causa en todos los ambulatorios del mundo “qué mala pinta tiene, ¡si tiene cara!”. Se acercó un poco más. “Irregular, rugoso, ¡maligno!” se espantó. “¿Cómo se lo digo…?”.


-Loli-tienes
-un-lunar-raro-en-la-nuca –soltó sin respirar a bocajarro
La mujer se frotó la zona, extendiendo aquella mancha. Mateo asistió atónito al prodigio.

-Lo sabía –dijo chupándose el dedo-. Almorzamos unos cruasanes de chocolate chorreante y no sé gestionarlos ¡me pongo perdida! –Y se echó a reír.

“He perdido mi don” pensó Mateo mareándose.


-Loli, ¿podrías llamar a urgencias? Creo que me está dando un infarto…


Concurso Relatos en Cadena, Cadena SER, septiembre 2016

Hiedra


No puedo arrancarte de mí.
Como hiedra
has cubierto las paredes de mi corazón
por completo
para que no pueda ver más luz
que la de tus ojos.

Cristina Ruiz Gallardo @samaragua

29 de agosto de 2016

Morir o matar

El dolor sacó lo peor de los dos.
Tú, como un animal herido de muerte,
lanzaste todo el veneno
que alcanzaste a encontrar dentro de ti.
Yo, como un cazador furtivo,
 te apunté y sin vacilar, disparé a matar.

Cristina Ruiz Gallardo @samaragua
19 de agosto de 2016

Verdad

Hoy he sabido que todas y cada una de tus palabras han sido mentira 
y no porque tú mintieras, tú siempre decías tu verdad, 
han sido mentira porque yo he dado cuerpo, forma y sustancia
a cada uno de tus pensamientos,
dotándolos de mi verdad, cuando esa verdad no existía.

Cristina Ruiz Gallardo @samaragua
10 de agosto de 2016

Miedo


Cuantos “nosotros” vacíos
prefieren malvivir resignados
por el absurdo miedo
a tener que volver a despertarse en singular.


Cristina Ruiz Gallardo @samaragua
5 de agosto de 2016

¿Cómo te atreves?



No eres más
que la grotesca caricatura
de un amor que no tenía límites:
excesivo y glorioso como un sol de verano.
¿Cómo te atreves a mirarme a los ojos y pedir?


Cristina Ruiz Gallardo @samaragua
1 de agosto de 2016

Mentirosos profesionales


-Siento no poder serles de más ayuda -dijo la mujer intentando librarse de los policías- pero no hemos visto nada.
-Puede que usted no pero el niño nos ha dicho que les había visto subir y bajar la colina cada día hasta que un día ya no pasaron más.
La mujer tragó saliva, intentando que su rostro no delatase el jarro de agua fría que acababa de recibir con aquella revelación. “Maldito mocoso” pensó “al final vamos a perderlo todo por su culpa”.
-Ya saben cómo son los niños, tienen mucha imaginación, y este especialmente, que dice que quiere ser escritor. ¡Imagínense, escritor! Vamos, mentiroso profesional.
-Ya… Bueno, pues entonces creo que es todo de momento. Si necesitamos algo más se lo haremos saber. Por si acaso, no se vayan muy lejos, especialmente “el mentiroso profesional en ciernes”.
Los dos policías salieron de la estancia precedidos de aquella mujer sombría que los acompañó hasta la salida. A los pocos minutos, estaba de vuelta en la biblioteca.
-A ver, idiota, sal de dónde estés. ¿Te das cuenta del lío en el que nos has metido? ¿Por qué has tenido que hablar con esos hombres?
Tímidamente, el niño salió de detrás de una de las pesadas cortinas de terciopelo granate que flanqueaban el ventanal de la estancia.
-Es la verdad… Yo lo ví…
-Y yo también y he visto a muchos otros antes que a ellos, pero no por eso tengo que contárselo a nadie ¿comprendes? Tu padre se va a poner furioso y no voy a ser yo quien te defienda.  
-Todo es por su culpa. Me da igual como se ponga. Es un monstruo.
-No hables así de tu padre, le debes la vida…
-¡Qué vida? ¿Esto es vida? ¿A esto le llamas vida? Una vida tenía yo por delante cuando él apareció, entonces sí que era feliz, pero un maldito día decidió aparecer y elegirme y se acabó todo. No me importa lo que piense, ni lo que le pase, ni lo que me pase a mí, me da igual, pero esos pobres hombres no tenían culpa de nada y la policía tiene que saberlo.
La mujer respiró profundamente, mientras cerraba los ojos y negaba con la cabeza.
-Estás equivocado y lo descubrirás antes o después. Aún eres joven, muy joven, no llevas suficiente tiempo en el mundo como para apreciar el regalo de la inmortalidad. En este momento siento que no lo mereces.  
-No lo pedí, nunca lo quise, él me lo impuso...
El chirrido de la pesada puerta de la bodega interrumpió la conversación. Los dos se quedaron en silencio, expectantes, esperando que entrase en la biblioteca en cualquier momento. La mujer se acercó a la ventana y corrió las cortinas para minimizar la luz del atardecer que aún se colaba por los cristales.
-Así que reniegas del regalo que te hice, hijo mío.
En niño, atemorizado, se encogió sobre sí mismo, tragó saliva y retrocedió un paso.
-No es más que un niño, apenas tiene 50 años, le queda tanto por aprender…
-Lo sé, pero eso no debe ser motivo de exponer nuestro modo de vida. Porque sí, aunque no te guste, también es tu modo de vida -le dijo subrayando cada palabra-. Esos policías llevan ya demasiados días husmeando, hay que silenciarlos. Tengo trabajo y tú, pequeño traidor, vas a venir conmigo.

El niño bajó la cabeza y empezó a caminar hacia la puerta con resignación. Sabía que no podía hacer nada excepto obedecer, como llevaba haciéndolo medio siglo ya. La mujer tenía razón, él siempre sabía como imponerle el peor de los castigos, lo que más le hacía sufrir: salir a matar para poder seguir con vida.


Cristina Ruiz Gallardo, 9 de julio de 2016