“Espero que puedas perdonarme por no haber sabido ser la compañera de vida que mereces, por no haber estado a la altura de tu amor. Te pido perdón por el daño que te voy a causar, pero necesito marcharme a esa playa con la que llevo soñando tanto tiempo. No tienes culpa de nada, mi amor. Te quiero.”
Firmó la carta y la besó como algo sagrado. Se sentó en la cama. Las pastillas habían empezado a hacer efecto. Un sueño dulce y definitivo se abría paso con rapidez. Ingirió el veneno y se dispuso a cruzar la orilla sin un ápice de miedo.
Firmó la carta y la besó como algo sagrado. Se sentó en la cama. Las pastillas habían empezado a hacer efecto. Un sueño dulce y definitivo se abría paso con rapidez. Ingirió el veneno y se dispuso a cruzar la orilla sin un ápice de miedo.
Cristina Ruiz Gallardo, 14 de noviembre 2016