Mirando por la ventana de su despacho, situado en la tercera planta del
edificio histórico de la Universidad de Salamanca, con la mano derecha
repasando distraídamente el contorno de su boca y de su barbilla, Magdalena empezó
a sentir que el aire se hacía cada vez más espeso dentro de aquel pequeño y
oscuro despacho forrado de madera. De nuevo estrenando septiembre y deseando
que fuese julio.
El tic tac del
reloj de pared se le antojaba una incesante marcha de tambores de galeras romanas,
marcando el ritmo de su cadena perpetua. Suspiró al escuchar como entonaba las
cinco. “Pronto empezará a llegar la turba de estudiantes” pensó, “los estúpidos
púberes que inician sus estudios universitarios, esperando conseguir un título
que creen les servirá para algo; los pomposos licenciados que empezarán un caro
máster tan sólo porque pueden pagarlo, pero no porque estén cualificados para
ello, y, por supuesto, la guinda del pastel: los doctorandos, esos ilusos
intelectualillos de medio pelo que piensan que descubrirán los mensajes
cifrados de El Quijote. Ni una brizna
de talento en ellos, ni un pequeño destello de genio... Ignorantes, incultos
con ansias de inundar el mundo con la literatura barata de sus plumas”. La
sangre le hervía cada vez que pensaba que ella era su puerta de entrada.
Se acercó todo lo
que pudo al cristal de la ventana, empezando a empañarlo, como buscando un
beso, y, forzando los ojos hacia un horizonte de envejecidos tejados, buscó en
vano una línea de esperanza a la que agarrarse para escapar de aquella celda. Cerró
los ojos con fuerza mientras respiraba profundamente. Inspiró... expiró... inspiró...
expiró...
Sentada a la mesa
de su despacho empezó a revisar los expedientes de los alumnos a los que
recibiría hoy. El listado de admitidos era de lo más ecléctico. Alumnos de
distintas especialidades se mezclarían en aquel máster, aunque fue diseñado
exclusivamente para licenciados en Filología Hispánica. Sin embargo, el pequeño
número de alumnos interesados había llevado a aceptar a todo aquel que lo había
solicitado para cumplir con los mínimos de rentabilidad establecidos. “No hay
nada que hacer cuando el dinero manda” se dijo tristemente “esta universidad ya
no es más que mercancía de saldo”.
- Toc, toc, toc-
llamaron a la puerta del despacho.
Magdalena miró el
Cartier de oro rosa soldado a su muñeca, comprobando que ya eran las cinco y media,
la hora maldita. Como era de esperar, un nutrido grupo de alumnos se agolpaba
en el estrecho pasillo del departamento de literatura del siglo XIX. Todos se
giraron a mirarla cuando abrió la puerta, apagándose el murmullo reinante. Echó
un leve vistazo y, sin mediar palabra, dejó la puerta abierta y volvió a entrar
en el despacho, sentándose pesadamente en su gastada silla de cuero marrón.
Fingió ordenar con interés los expedientes para poder clavar la mirada en su
mesa y evitar la visión de los estudiantes. Resopló al comprobar que nadie se
decidía a entrar. Levantó la vista y vio a una muchacha menuda que la miraba
con tensión contenida.
- ¡Vamos, pase...! ¡No
tengo toda la tarde!- dijo llevando de nuevo la mirada a los ordenados documentos.
- Cierre la puerta y siéntese.
- Buenas... tardes-
alcanzó a decir la chica, completamente intimidada por la profesora
Palacios-Ronzal de Castro, mientras le alargaba el impreso de inscripción que la
coordinadora debía validar con su firma.
- Bien, veamos-
dijo ojeando la solicitud- Veo que va a cursar el máster completo en un solo
año.
- Sí.
- Dedicación total,
entonces, ¿no?
- Bueno..., lo voy
a compaginar con un trabajo por las mañanas.
- ¿Y está segura de
querer cursarlo en un solo año? No sé..., usted misma..., pero si quiere
obtener unas notas medio decentes y hacer un trabajo con un mínimo de calidad,
la verdad, dedicándole tan poco tiempo, yo no lo veo muy factible- puntualizó
la profesora, mientras se recostaba satisfecha en el respaldo de la silla.
- Yo..., es que
tengo que trabajar...- balbució la chica, con las mejillas encendidas.
- Entonces le deseo
suerte, la va a necesitar..., por lo menos en mi asignatura- sentenció firmando
la solicitud. - Cuando salga, dígale al siguiente compañero que pase. ¡Buenas
tardes!
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