No sabía cómo había
llegado hasta allí. Aquella serpenteante alfombra de madera se presentaba ante ella, ofreciéndole
el camino hacia… ¿dónde? Todo estaba confuso en su mente. Las imágenes se
agolpaban desdibujadas. Dio un paso. Sintió el frescor terso de la madera bajo
sus pies. “¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí?” se preguntó. Dio un nuevo paso. De
pronto divisó una figura que empezaba a materializarse al final del camino. La
inquietud se empezó a apoderar de su cuerpo a medida que los rasgos se iban dibujando.
Dio un nuevo paso al frente.
-¿Tú? –preguntó mientras
sentía como los ojos querían llenarse de lágrimas- Estás aquí ¿cómo…?
Pero no hubo lágrimas
porque no había ojos, porque solo habían dos almas que se reencontraban después
de infinitos segundo de separación.
Caminó hacia él, que la
esperaba con la mano tendida al final de aquel camino dulce y fresco. Y recordó
entonces, lo recordó todo: la luz y la caricia definitiva de la muerte. Llegó a
su altura, tomó su mano y se preparó para empezar a vivir de nuevo, sin
importarle dónde.
Cristina Ruiz Gallardo, 2016
Enhorabuena por escribir tan bien¡¡
ResponderEliminarMe gusta mucho.
Muchas gracias por leerme Javier. Me alegro mucho de que te haya gustado el relato. Un saludo
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